miércoles, 28 de julio de 2010

Violeta's Blog

Violeta's Blog: "La historia de Violeta, Los Lilas y Las Amarillas es la de muchos y muchas en Colombia, es la de los asesinados y desplazados de Trujillo, de Macayepo, de Mapirpán, y de tantos otros pueblos y lugares que significan violencia y sevicia, y en muchas ocasiones impunidad. ¿Cuántas víctimas ha dejado el conflicto en Colombia, ¿Cuántos desplazados? Las cifras son alarmantes, pero sólo son cifras frías que poco conmueven a la sociedad colombiana acostumbrada a la violencia, en donde los muertos de un día son rápidamente olvidados por los del día siguiente. El cortometraje de Violeta tiene la virtud de ponerle nombre a las cifras, de contar la historia de los que no tienen nombre, de presentar a las víctimas como personas reales, de carne y hueso, no como números. No fueron dos mujeres desaparecidas y otra más desplazada con sus nietos, fueron Las Amarillas, Violeta y Los Lilas.

Violeta les da voz a las víctimas, a esas de las que casi nunca tenemos noticias porque paradójicamente, en nuestro país conocemos a los victimarios pero no a las víctimas. Violeta nos presenta a las víctimas en una trágica fábula que al principio parece un cuento de niños, pero que poco a poco se transforma en un infierno dantesco de adultos. Sin embargo, como toda fábula, al final nos transmite una moraleja: la de actuar, la de no callar, aunque Los Sin Sombra intimiden y Los Grises funcionarios del Estado aconsejen, como lo hicieron con Violeta, que “dejara de buscar”. Por esto, Violeta también es un canto a la esperanza en medio de la tragedia, una valiente voz femenina que nos sacude del letargo y nos recuerda que la lucha por la reivindicación de los derechos no es fácil, incomoda a muchos y enfurece a otros, pero la resignación sólo complace a Los Sin Sombra. Por el contrario, la decidida movilización y persistente exigencia de respeto a los derechos por parte de toda una sociedad es la llave que abre la puerta, es en estos momentos en donde se pone a prueba el talante de una sociedad. En Colombia se rebosó la copa hace mucho tiempo y es momento de perder la paciencia, de tomarse a las víctimas en serio, de abandonar la utilización política que se les da, de dejar atrás mezquindades ideológicas que las categorizan en más o menos importantes, revictimizándolas, al considerar algunas como víctimas de “segunda”.

¿Cuántos años y cuántas vidas faltan para que los pobladores, otras madres, otras hijas y otros nietos, el Estado y la Justicia actúen? Este es el gran reto que nos plantea Violeta, marcar un punto de no retorno hacia la indiferencia, en donde los ciudadanos y la sociedad civil asuman el papel activo y transformados que les corresponde en un Estado Social de Derecho, en donde las autoridades públicas, tal como reza la Constitución, protejan a todas las personas en su vida, honra, bienes, creencias y demás derechos y libertades y en donde los repartidores de justicia aseguren la verdad, justicia y reparación, pues sólo así romperemos el círculo y garantizaremos la no repetición.

Resulta interesante recordar en estos momentos las palabras de José Saramago al referirse a nuestro país y su historia de violencia: “El primer paso es salir de la aparente apatía en que se encuentra. Moverse, conmoverse. El día que la tierra colombiana empiece a vomitar sus muertos, esto quizá pueda cambiar. No los vomitará materialmente, claro, sino en el sentido de que los muertos cuenten. Que vomiten sus muertos para que los vivos no hagan cuenta de que no está pasando nada”. Entonces, siguiendo con esta reflexión, debemos preguntarnos: ¿Hasta cuándo tendremos que indigestarnos con nuestros muertos? Estamos en mora, de como sociedad, hacer catarsis, de tomarnos la medicina, de hacer frente a la cruda realidad, por más repugnante que sea, y desintoxicarnos de décadas de violencia.

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El sentimiento de Violeta, por Diana Guarnizo Peralta
Publicado 13 Julio, 2010 por Violeta
Categorías: Editoriales -Memoria escrita


Martha Nussbaum escribió hace algunos años que “la literatura y la imaginación literaria son subversivas”. Según Nussbaum, la imaginación literaria nos permite desarrollar aptitudes morales esenciales para el desarrollo de un juicio justo. La novela, según ella, permite crear lazos de identificación y simpatía con el personaje. Nos ayuda a ponernos en la situación del otro y analizarla de una manera que las cifras o los clásicos análisis economicistas no logran hacer.
Violeta no es una obra literaria, es un video. Sin embargo, sigue siendo un medio narrativo (no escrito sino visual) que sirve a la reflexión moral. Su lenguaje simple, la limpieza de las imágenes, la sencillez de su historia, nos permite ver no solo el drama terrible y desgarrador desde la perspectiva de quien lo vive, sino que además, nos ayuda a identificarnos con el personaje de Violeta entendiendo así su dolor y angustia. Este es precisamente el valor que tiene. Violeta desarrolla nuestro sentimiento de simpatía hacia su situación, y muchas otras mujeres, que sufren la guerra paramilitar y guerrillera en Colombia. Un sentimiento generalmente olvidado por el lenguaje “ladrilludo” en el que nos movemos los abogados y que termina replicándose en los informes de derechos humanos o en las decisiones judiciales.
No me malinterpreten. No es que los informes de derechos humanos no hayan servido para ilustrar la situación de violencia que han sufrido las mujeres colombianas en la guerra. Reportes como el de Oxfam “Violencia Sexual en Colombia – Un arma de guerra” es un buen ejemplo de un trabajo serio en el tema. No es tampoco que las decisiones judiciales hayan servido para evidenciar la falta de protección estatal que sufren las mujeres víctimas, o que estas hayan sido totalmente insensibles a las circunstancias de género. La sentencia T-045 de 2010 por ejemplo, es una decisión judicial relevante que muestra la situación de desprotección estatal a la que están sometidas las mujeres víctimas del conflicto.
El tema es otro. Las cifras en las que generalmente se basan los informes dejan escapar el análisis de la historia particular. Las decisiones judiciales –centradas en el caso concreto- mantienen una narrativa plana que no ofrece información sobre la vivencia de los personajes y que por tanto no favorece el proceso de identificación y simpatía. En contraste, la literatura, el cine y en este caso el video permiten, por un lado, un análisis individual del sujeto mismo que se convierte en protagonista de su propia historia, y por el otro, una conexión especial entre el espectador y el personaje de manera que podemos comprender su realidad y generar así sentimientos de rechazo e indignación frente a la injusticia de su situación.
No pretendo con esto decir que el lenguaje de los informes de derechos humanos o las sentencias judiciales no tenga un valor en sí mismo. El análisis basado en cifras propio de los informes es clave para demostrar patrones de comportamiento que eventualmente pueden ayudar a demostrar la responsabilidad estatal. El lenguaje plano de las decisiones judiciales, por su parte, está relacionado con la idea de neutralidad propia del racionamiento judicial.
Creo sin embargo, que mucho podemos aprender de la experiencia pedagógica de Violeta. Los informes de derechos humanos, por ejemplo, podrían dar más valor a las historias personales como de hecho vienen haciéndolo ya varios informes a través de recuadros adicionales. Las decisiones judiciales por su parte, podrían dar más protagonismo a la víctima en el relato de los hechos. Esto podría ayudar también como una manera de reparación en sí misma para la víctima.
Con todo, Violeta sigue teniendo un carácter único y en cierta medida revolucionario. Con un mensaje corto pero contundente, Violeta no solo llega al corazón de los estudiantes, los que comparten la causa de los derechos humanos, o los aficionados al Facebook. También llega a los hacedores de políticas públicas, a los jueces y a todos aquellos en general que dediquen los siete minutos que dura verlo. En esto, Violeta le lleva una ventaja enorme a los lectores de informes y sentencias que generalmente no salen del reducido público legalista involucrado en el tema. Si en todos ellos Violeta pudiera dejar esa semillita de indignación e injusticia que produce su historia, entonces imagínese hasta donde podría llegar Violeta en la generación de consciencia sobre la injusticia e invisibilidad que viven las mujeres colombianas en medio de la guerra!.

***La convocatoria a escribir y reflexionar sobre Violeta y temas afines sigue abierta!!!

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A Violeta, por Diego Julián Pedraza
Publicado 6 Julio, 2010 por Violeta
Categorías: Editoriales -Memoria escrita


Querida Violeta: la memoria en muchas ocasiones necesita una ventana que le permita evitar la repetición de errores. Esto, según el sentido común, es su capacidad intrínseca, pero dada la realidad que viven las personas en Colombia, esta capacidad se ha perdido y no va más allá de reconocer un futuro cortoplacista y recordar un pasado a conveniencia. No sirve para recordar. Pero Violeta, no les culpes. Estas personas tienen su opinión a la deriva: se encuentran acorraladas por los medios masivos vendiendo fotos de paparazzi por un lado y telenovelas vacías por el otro, no tienen la capacidad de generar un criterio propio y situaciones como la tuya, tal cual tu colcha de retazos, no les deja dormir, les impide ser felices, mientras ser felices signifique olvidarse de los problemas y estar en casa en paz.

Aún hay otras Amarillas y Amarillos que están siendo violentados de maneras atroces; otros tíos y tías Naranjas que llevan el peso de una noticia de tal gravedad y muchas otras Violetas y Lilas: hay muchas historias como la tuya, lo triste, es que se queden en el olvido, que tales personas sean quienes deben compartir su dolor consigo mismas, porque a algunas ni familia les queda para sobrellevar juntos el peso de la guerra. Nuestro sentir se ha ido al punto de no sentir compasión o empatía cuando vemos estas situaciones. Como no conviene que sean vistas, es mejor dejarlas sometidas al silencio impune. Sin embargo, te has transformado en una luz que proyecta ese dolor, pero también esa esperanza en que tal grito polifónico (como los grillos) y multicolor (como tu familia) perdura en la memoria de quienes te escuchamos y vemos.

Eres suave, sencilla, concreta; pero también abrupta, a tu manera. Sin embargo, en esto radica tu riqueza, porque permite que las personas se acerquen a ti de manera amable, que conozcan tu dolor y fortalezcan su memoria, la memoria que Colombia está a punto de perder. Tus colores y contrastes van más allá de una experiencia audiovisual e impactan el corazón de quien los contempla.

Pero me surge una pregunta: ¿cómo estás en estos momentos? ¿Conoces acaso el impacto que has tenido sobre quienes te conocemos en la distancia? Son preguntas que debes hacerte querida Violeta. Y sé que quizá te reconforte saber que somos muchos los que aún, citando a una querida amiga nuestra, te recordamos, te tenemos presente, hasta en el más mínimo chirriar de los grillos porque eres el enlace multicolor a la realidad soterrada que vivimos en Colombia. Estas son unas gracias ampliadas. Sin embargo, si bien es razón para estar satisfechos con lo que se ha hecho hasta ahora, aún hay mucho por hacer.

Espero que no te sientas sola, pues ya te he hecho notar que somos algunos tantos quienes estamos pendientes de lo que sucede contigo; somos, por ahora, algunas quiénes nos preguntamos qué hacer para cambiar la situación, en lo poco que podemos hacer, pero que nos satisface hacerlo; y somos, algunos también, quienes aún queremos re – escuchar y recordar el susurro de tus palabras, al son del chirriar de estos animalitos.

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De la domesticación del sentir o del arte de hacer sentir, por Laura Badillo Ramírez
Publicado 29 Junio, 2010 por Violeta
Categorías: Editoriales -Memoria escrita

“Estas fotografías no son un argumento, son, sencillamente, una cruda exposición de hechos dirigida a los ojos” Virginia Woolf
“[Nosotros] – y este [nosotros] es todo aquel que nunca ha vivido nada semejante a lo padecido por ellos- no entendemos. No nos cabe pensarlo. En verdad, no podemos imaginar cómo fue aquello. No podemos imaginar lo espantosa, lo aterradora que es la guerra; y cómo se convierte en normalidad” Susan Sontag

Violeta surge como una salida a la forma de narrar y representar el horror en Colombia. Un horror que se muestra como espectáculo traducido generación tras generación en una domesticación del sentir y de los valores éticos frente al dolor de los y las demás. Este escrito está inspirado en dos grandes literatas que han ampliado la reflexión sobre la guerra pero especialmente la han movilizado hacia otros enfoques vitales para mirarme y representarme en el lugar en el que me encuentro. La primera autora es Virginia Woolf, con su texto “Las Tres Guineas”; y la segunda es Susan Sontag, que sin prever la secuencia de su lectura y como si fuera una inesperada coincidencia en “Ante el dolor de los demás” inicia su relato con Virginia Woolf. Así trazaron un derrotero que sin proponérmelo nutren esta reflexión sobre el Cortometraje, “Violeta, narraciones paralelas de mujeres en el marco del conflicto colombiano” .
Los titulares de la guerra en Colombia durante los años 80, 90 y posteriores (y aún con motivo de la Violencia en mayúscula como es conocida la época de 1946 a 1950) pulularon y se multiplicaron por años en periódicos, noticieros y revistas, siendo parte del panorama de la realidad que día tras día recibían un número muy significativo de colombianas y colombianos.
La exposición masiva a las “imágenes” audiovisuales, políticas, económicas y culturales de la guerra han generado un acostumbramiento con atrevimiento y con riesgo de equivocarme irremediablemente), cognitivo a la normalización de la violencia. Imágenes de masacres, asesinatos, magnicidios, y los collares bomba que estremecieron por la dramática representación de la realidad, poco a poco perdieron fuerza. La fuerza dramática de las imágenes y las fotografías que parecían mostrarnos lo que pasaba en Colombia no movilizaban la interpretación de los acontecimientos, sino que fueron apilándose en nuestra memoria como actos cotidianos.
Por otro lado, muchas imágenes fueron utilizadas para repudiar la guerra, otras para ganar amigos y enemigos (lo que acrecentaba la polarización), otras para informar sobre la descuartizamiento de cuerpos y de las fosas comunes, otras para informar de actos terroristas, y otras para representar la victoria de uno de los actores involucrados en el conflicto .
Ante este panorama, Violeta viene a romper la narrativa de la cotidianidad de la guerra, puesto que realiza una ruptura al acostumbramiento. Dicha evidencia se constata cada vez que se realiza una proyección del cortometraje, comentarios reiterados como: “Violeta no muestra lo mismo”, “A mí me tocó bastante” “pareciera como si esta historia fuera un cuento pero es la pura realidad”, hacen que esta historia contenga un matiz distinto y desemboque en diferentes acciones. Igualmente, Violeta genera otras reacciones como lágrimas y reacciones que no fueron previstas por ejemplo, testimonios de mujeres que han sido abusadas sexualmente y rompen su silencio.
Violeta transforma la realidad a partir de símbolos que nos llevan a la infancia, al cuento, para mostrarnos sutilmente una realidad dura y cruel como la que viven miles de mujeres y sus familias, que han vivido la desaparición, desplazamiento forzado, y la violencia sexual en sus múltiples manifestaciones.
Con Violeta se trata de no pasar la página, es una invitación a prestar más atención de lo que ocurre con la realidad de miles de colombianas y colombianos que han vivido en carne propia la guerra, es una interpelación a la indiferencia y al miedo. Y finalmente es una inyección a la memoria y a la importancia de escuchar y de dar voz a las mujeres, puesto que si Violeta no hubiera persistido en la búsqueda de sus hijas este instante no hubiera existido.

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Sin permiso para olvidar los colores, por Denisse Legrand, Uruguay
Publicado 22 Junio, 2010 por Violeta
Categorías: Editoriales -Memoria escrita

Y nos arrancaron los colores, borraron los olores. Los Sin Sombra arremetieron contra toda luz. Nos quisieron callar, dejar sin respuestas. Las Violetas no lo permiten, su lucha constante por la reconstrucción de la memoria nos ha sumido en la responsabilidad del prohibido olvidar.
En un medio audiovisual cada vez más cargado de violencia, en sus imágenes creadas para ficción, se genera esta herramienta, casi infantil, para la presentación de un hecho crudo y real. La denuncia es realizada con una estética llena de color y vida. La animación es la herramienta a través de la cual nos adentramos en un mundo oscuro. Inocencia perdida, robada, ultrajada de la forma más cínica y cruel. Colores y elementos con alta carga simbólica nos transportan a esta realidad invisibilizada.
Las Amarillas, víctimas al azar, quizá sólo por ser mujeres, quizá sólo por estar en un lugar erróneo. Representantes de las incontables desapariciones de féminas en el continente y el mundo. Mujeres, fuentes de vida, objetos de muerte. La agonía producida a éstas, el uso de sus cuerpos para ajenos places concebidos en entornos y mentes enfermas. Los conflictos armados suelen ser vistos como exclusivamente de hombres. Una vez más, el machismo imperante en las sociedades hace que no veamos la existencia de la mujer en estos, que las desaparezcamos, que la dejemos invisible, como parte de este, y como víctima. El uso del poder y el cuerpo del hombre sobre el de la mujer, letal arma victimaria.
Violeta no nos permite olvidar, hace que Las Amarillas ya no sean ajenas, dejen de ser desconocidas. Las graba a fuego en nuestra memoria y en nuestra lucha por esta. Nos hace ser agentes activos de la búsqueda de la justicia. Nos involucra directamente en la devolución de los colores a esta ya no invisible realidad sin sombra.

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Violeta Cortometraje Animado, por CEDHUL
Publicado 17 Junio, 2010 por Violeta
Categorías: Violeta Cortometraje Animado

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Violeta ó sobre el color de mis derechos, por Javier Aguirre
Publicado 15 Junio, 2010 por Violeta
Categorías: Editoriales -Memoria escrita

Violeta ó sobre el color de mis derechos
Tendremos que aceptar el hecho de que el destino de las mujeres de Bosnia depende de que los periodistas de la televisión logren hacer para ellas lo que Harriet Beecher Stowe logró para los esclavos negros -de que estos periodistas logren que nosotros, el público a salvo en los países seguros, sintamos que estas mujeres son más parecidas a nosotros, más parecidas a verdaderos seres humanos, de lo que nos habíamos dado cuenta.
Richard Rorty
Derechos Humanos, Racionalidad y Sentimentalismo

Entre la gran cantidad de artículos que tiene la Constitución Política de Colombia de 1991 hay uno que siempre me ha llamado la atención: el artículo 41. Según este artículo, “En todas las instituciones de educación, oficiales o privadas, serán obligatorios el estudio de la Constitución y la Instrucción Cívica. Asimismo se fomentarán prácticas democráticas para el aprendizaje de los principios y valores de la participación ciudadana”.

A nivel universitario, e incluso a nivel de educación secundaria, cumplir este imperativo constitucional no parece difícil: una cátedra de “Constitución y Democracia” dos horas a la semana, parece ser lo primero que se nos viene a la mente. Pero, ¿cómo cumplir este importante imperativo constitucional en el caso de la educación primaria? Soy consciente de que en este ámbito deben existir cientos de investigaciones autorizadas al respecto. Sin embargo me gustaría jugar un poco con mi imaginación, guiándome sobre todo por mi gusto personal. Así pues, ¿cómo hablarles a niñas y niños de 6, 7 u 8 años de la Constitución? Y más concretamente, ¿cómo hablarles de sus derechos fundamentales?

Yo no tuve el gran privilegio de haber nacido “bajo la Constitución de 1991”. Sin embargo, me hubiera gustado que alguna de mis profesoras de primaria, después de presentarme algún tipo de narrativa entendible para mí sobre lo que pueden significar los derechos, me hubiera pedido que los coloreara. Esa tarea me habría gustado mucho: “Colorear los derechos”. Se me ocurre una estrategia pedagógica para que esto hubiera sido posible. Una serie de dibujos que representaran situaciones fácticas en donde ciertos derechos estuvieran implicados. Dibujos sencillos, claro; una clase por ejemplo, para representar el derecho a la educación. O alguien hablando en público para representar el derecho a la libertad de expresión. O varios grupos de creyentes de distintas religiones para representar el derecho a la libertad de cultos. La tarea hubiera consistido en escoger un color, cualquiera, el que más me gustara, y utilizarlo para colorear con él el dibujo correspondiente al determinado derecho. El dibujo, por ejemplo, de la educación estaría coloreado por completo de rojo. El derecho a la libertad de cultos de azul, y así sucesivamente. Me hubiera gustado mucho hoy, siendo ya un adulto, poder volver a esos dibujos que hice de niño y observar de qué color yo creía que era el derecho a la vida o el derecho al libre desarrollo de la personalidad.

Escoger un solo color para todo el dibujo puede parecer algo limitante. Tal vez hubiera querido usar dos o tres colores diferentes. Y aunque recuerdo muy bien que tenía una compañerita muy especial que solía colorear sus pollitos de azul con puntos rojos, a otros niños tal vez nos parecería algo difícil colorear de violeta los rostros de las personas. Pero el ejercicio pedagógico me parece que justifica tal limitación, pues así, los contrastes creados serian mucho más fuertes. De seguro me hubiera quedado en la memoria que uno de mis compañeritos coloreó el derecho a la libertad de cultos de verde, mientras que yo lo hice de azul. Otro, en cambio, quien después se convirtió en mi mejor amigo, lo hizo de naranja. La niña con quien me di mi primer beso también lo hizo de azul. Serían bonitos recuerdos. También hubiera sido muy interesante haber visto cómo, puestos así, los derechos se transforman, fluyen, se interrelacionan. El amarillo del derecho a la salud mezclado con el azul de la libertad de cultos se me transformaba en el verde de la libertad de expresión. Por supuesto, otros compañeritos tendrían resultados muy diferentes.

Pero no sólo serian recuerdos bonitos e interesantes. Creo que también serían muy útiles sobre todo cuando ya en la secundaria o incluso en la universidad me presentaran a los derechos nuevamente, pero ya no con colores sino con formulas abstractas y definiciones que yo debería entender y memorizar. Según estas formulas los derechos son los mismos para todos, su fundamento es el mismo, su alcance es el mismo. Y esta idea la puedo aceptar, me parece esencial en nuestros ideales democráticos. Sin embargo, los recuerdos de mi infancia también me harían estar alerta al hecho de que yo ya sé que también los derechos son diferentes en y para cada persona, al menos, en cuanto a cómo se manifiestan, a como se viven, a como se apropian y, sobre todo, a como se sienten. Sí, diferentes en cuento a “cómo se sienten”. Esa hubiera sido la gran enseñanza constitucional de mi primaria: los derechos se sienten, y por eso, son susceptibles de colorearse, tal y como lo hice años atrás.

De haber tenido este aprendizaje previo tal vez tendría mejores capacidades para entender el cortometraje animado de Violeta. Incluso después de haberlo visto, tal vez hubiera esculcado mis recuerdos de infancia para buscar aquel dibujo de la dignidad que la coloree, tal vez, de rosado y, en un acto solitario de protesta, la habría re-coloreado de Violeta. Y tal vez hubiera querido continuar haciendo lo mismo con los demás dibujos: libertad de expresión: Violeta; educación: Violeta; vida: Violeta; acceso a la justicia: Violeta; libertad sexual: Violeta…

Ahora bien, ¿cómo explicarme esta “más que probable” reacción? Ya soy adulto. Ya pasé por una Escuela de Derecho. Ya sé que la definición del derecho a la vida es diferente a la del derecho a la libertad de expresión. Ya sé que el derecho a la salud no es igual al derecho a la libertad de cultos. Ya sé sobre la ponderación de derechos y sobre su conflicto. Ya sé que son mandatos de optimización. Pero ¿por qué me parecería tan claro que todos son Violeta?

Sólo puedo encontrar una respuesta aceptable: la historia de Violeta me muestra algo que se encuentra detrás de todo el discurso racional de los derechos, esto es, la empatía y la capacidad de reconocerme a mi persona y a mis sentimientos en la persona y en los sentimientos de otro ser humano. Sí, sin duda, Violeta “tiene derechos”, Violeta “tiene dignidad, vida, salud, educación, etc.”. Pero para que eso realmente signifique algo más allá de lo meramente legal se requiere mucho más, como clara y hermosamente nos lo enseña Rorty en su breve texto de donde cito el epígrafe inicial. Es por esto que, tal y como él mismo lo señala, “Estos dos siglos se comprenden mejor, no como un período de una profundización en la comprensión de la naturaleza de la racionalidad o de la moralidad, sino como un período en el que ocurrió un progreso asombrosamente rápido en los sentimientos, uno en el que ha llegado a ser mucho más fácil para nosotros ser llevados a la acción gracias a historias tristes y sentimentales.”

Ahora bien, en este nuevo plano desde donde se obtiene una nueva forma de “ver” los derechos humanos, Violeta nos invita a concebir de forma diferente a los mismos participantes de su triste historia. En otras palabras, Violeta nos invita a pensar que tal vez no sólo los derechos pueden tener colores, sino que también este es el caso de las personas mismas de la historia. Y, en este sentido, es todo un reto detenernos un poco a pensar en lo que puede significar tener o no tener color y tener o no tener sombra. Que significa ser “sin sombra”? ¿Significa acaso no tener color? ¿Haberlo tenido, pero haberlo perdido? ¿Y qué significa ser Violeta o Lila o Amarilla o Naranja? ¿Qué significa tener un color? ¿Es posible perderlo? ¿Me puedo quedar alguna vez sin mi color y al hacerlo, pierdo también mi sombra? En algunos momentos del cortometraje de Violeta, ella efectivamente aparece sin color. Si así fuera, ¿cómo viviría yo? ¿Cómo seria de distinta mi vida sin colores? ¿Sin ser capaz de pensar que los derechos tienen colores? ¿Sin ser capaz de pensar que tengo derechos? ¿Sin ser capaz de pensar que puedo hacer algo en caso de que me violen flagrantemente mis derechos? ¿Qué le pasaría a Violeta? ¿Qué me pasaría a mi? ¿Fue esto lo que también les pasó a los “Sin Sombra”? En fin, muchas preguntas. Preguntas que se originan en la historia de Violeta, no por alguna brillante formulación abstracta que ella contiene, no por algún argumento lógicamente valido que se construye allí, sino, simplemente, porque Violeta apela a esa parte que tal vez sea mucho mas definitoria de lo que significa “ser humano” que la misma razón, es decir, mi sensibilidad. Es por esto que, según Rorty, deberiamos “dejar de contestar la pregunta “¿Qué nos diferencia de los demás animales?” diciendo “Nosotros podemos saber mientras que ellos meramente sienten”. En cambio, deberíamos decir: “Podemos sentir mucho más los unos por los otros que ellos”.

Es posible que no haya ningún otro animal que, como el ser humano, pueda construir formulas matemáticas y realizar demostraciones lógicas perfectas, o realizar extensos discursos sobre los derechos humanos y su fundamentación racional. Pero, que yo sepa, tampoco existe ningún otro animal que tenga la capacidad de maravillarse frente a un color, cualquiera que sea, por lo que este representa para su vida o simplemente porque se trata de un color conmovedor y bello. Hasta donde sé, sólo los seres humanos podemos ver un color y “sentirlo” hasta llorar por su sola presencia. Por esto, y por la historia de Violeta, por mucho, mucho tiempo sin duda, Violeta, para mí, será el color de la dignidad y de la libertad en cualquiera de sus manifestaciones. Cómo me gustaría tener realmente dibujos de mi infancia para poder buscarlos y re-colorearlos con Violeta…

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Ruta de Memoria
Publicado 7 Junio, 2010 por Violeta
Categorías: Ruta de la Memoria!

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El Encuentro, por Alexandra Kram
Publicado 7 Junio, 2010 por Violeta
Categorías: Editoriales -Memoria escrita

Entré a la fotografía hace una década, en unas vacaciones en las que cuidaba la casa de mi nona Matilde, quien se había ido de viaje. Una amiga pasó a visitarme una tarde y me dejó unas fotocopias pa’ sobrellevar mejor el encierro: el libro ‘La cámara lúcida’ de Roland Barthes. Recuerdo que lo devoré en una semana, en la misma silla reclinable donde tomé tetero, vi San Tropel y escuché los relatos del álbum. En esas vacaciones me hice amiga de Roland. Pocos años después, me graduaba de una facultad de Historia con una monografía sobre las fotografías de los periódicos colombianos en el siglo XIX .
Además de dedicarme desde entonces al estudio teórico sobre imágenes, empecé a hacer fotos de manifestaciones, de cumpleaños, de paseos, de personas amigas que me dejaban fotografiar sus cuerpos vestidos y desnudos, de las fotos con mis parejas en medio de sonrisas.
Cierto día, una antigua compañera de universidad, activista, feminista queer y amiga de la provincia en la capital, me invitó a participar en una investigación. Necesitaba a alguien que hiciera fotografía durante una entrevista. –No soy fotógrafa, le dije. Sin embargo, mi amiga insistió. Me contó la historia de Violeta y acepté.
Era un sábado en la mañana. Llegamos a un modesto lugar de Teusaquillo. Violeta nos invitó a seguir a su habitación. La acompañaban una hija, un hijo y su compañero. La hija estaba cumpliendo años, partieron una torta y se cantó el japi berdei. Después de este apacible momento subimos a la terraza Violeta, mi amiga y yo. Allí empezó la entrevista. Inicialmente Violeta describió su vida antes del terrible episodio de violencia que sufrió diez años atrás. Mientras la escuchaba, pensaba que no iba a ser capaz de hacer una sola imagen. Una cosa es leer, por ejemplo, ‘Matar rematar y contra matar’ de María Victoria Uribe, otra estar frente a una víctima, escuchar su historia y además tener una cámara fotográfica en la mano, con la responsabilidad de usarla.
Violeta narró detalladamente el día de la desaparición de sus hijas, el momento y la forma en la que se enteró que ellas habían sido violadas y descuartizadas por los paramilitares (una de ellas tenía 4 meses de embarazo), el desplazamiento y la persecución a que fue sometida por una década y finalmente el temor por el futuro de sus hijos. Tengo muchas fotografías del piso, de sus pies, ¿cómo subir la cámara y enfocar su rostro? Cerca al final de la entrevista, en un instante cerró los ojos para secar sus lágrimas y disparé. Es una de las tres fotos que entregué a mi amiga.
Meses después vi por primera vez el cortometraje animado sobre Violeta. Lo he visto un par de veces más y debo decir que cuando termina la proyección me queda siempre una urgente inquietud frente a todo lo que hay por hacer, en contraste con mi sensación de la tarde en que salimos de la entrevista. Considero que entre la voz de Violeta en vivo y la del cortometraje animado, hay una mediación fundamental y necesaria que nos permite sentir, saber y comprender lo que está ocurriendo, pero sin dejarnos devastados. Nos estremece, pero no nos paraliza.
Las fotografías que hicimos en la entrevista a Violeta quedan como testimonio visual de este encuentro. No fueron destinadas al público porque sabemos que, como afirma Sontag, las imágenes fotográficas no nos hacen más sensibles frente a la realidad. De ser así, con los miles y miles de fotografías sobre guerra y conflicto que se han producido y se siguen produciendo diariamente, ya habría parado el horror. Más bien lo que pasa, es que nos hemos ido acostumbrando a verlas.
El lenguaje del cortometraje animado de Violeta, en este contexto, salió al encuentro de nuestra atrofiada sensibilidad, para sacarnos tanto del pasivo lugar al que nos han entrenado las imágenes fotográficas, como de otro extremo, el del estremecedor, pero paralizante lugar que también puede llegar a ser el del cara a cara con las víctimas.

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Violeta o el arte de recordar, por Mauricio Albarracin
Publicado 7 Junio, 2010 por Violeta
Categorías: Editoriales -Memoria escrita

Hace algunos meses se abrió en Santiago de Chile el museo de la memoria. En una emocionante inauguración la entonces presidenta Michel Bachelet dijo que la tragedia de Chile desde un primer momento se basó en la negación y en el ocultamiento al dolor del cautiverio y la muerte… tragedia en la que se asociaron la crueldad y la mentira, el odio y la indiferencia, el fanatismo y la intolerancia…

Por su parte en Perú, las cosas no han sido fáciles. El gobierno de Alan García se resistió a la propuesta del museo de la memoria a favor de las 70.000 personas murieron o desaparecieron en Perú durante los años de la violencia armada, cuando el Estado peruano se enfrentó a grupos rebeldes de izquierda, entre ellos el maoísta Sendero Luminoso. Bajo el argumento del Ministro de Defensa: “el Perú no necesita museos mientras sea pobre y con carencias sociales”. Mario Vargas Llosa, director del proyecto museo de la memoria, le contestó a este gorila en una maravillosa columna en el diario El Comercio:

“Los museos son tan necesarios para los países como las escuelas y los hospitales. Ellos educan tanto y a veces más que las aulas y sobre todo de una manera más sutil, privada y permanente que como lo hacen los maestros. Ellos también curan, no los cuerpos, pero sí las mentes, de la tiniebla que es la ignorancia, el prejuicio, la superstición y todas las taras que incomunican a los seres humanos entre sí y los enconan y empujan a matarse. Los museos reemplazan la visión pequeñita, provinciana, mezquina, unilateral, de campanario, de la vida y las cosas por una visión ancha, generosa, plural. Afinan la sensibilidad, estimulan la imaginación, refinan los sentimientos y despiertan en las personas un espíritu crítico y autocrítico. El progreso no significa solo muchos colegios, hospitales y carreteras. También, y acaso, sobre todo, esa sabiduría que nos hace capaces de diferenciar lo feo de lo bello, lo inteligente de lo estúpido, lo bueno de lo malo y lo tolerable de lo intolerable, que llamamos la cultura. En los países donde hay muchos museos la clase política suele ser bastante más presentable que en los nuestros y en ellos no es tan frecuente que quienes gobiernan digan o hagan tonterías”.

Aún no tenemos en Colombia un museo de la memoria, pero si tenemos arte de la memoria. Violeta es un cortometraje lleno de color y oscuridad, de miedo y esperanza, de pasado y de presente. Tomarse siete minutos para verlo, basta para inquietarnos sobre quiénes somos y qué hemos hecho. Esta historia, bellamente contada, nos recuerda nuestro triste pasado y renueva nuestra empatía por las víctimas.

Los Sin Sombra, antagonistas de la animación, se parecen a la guerra de Evelio Rosero en libro Los Ejércitos… (“ya viene la guerra”). Las amarillas (“ellas le ponían color a su tierra y la llenaban de vida”), son como Geraldina, la esposa del brasilero en los Ejércitos, (ella “completamente desnuda, tumbada bocabajo en la roja colcha floreada”). Sus historias son el triunfo de la muerte contra la belleza y la vida.

Pero los Sin Sombra y la “guerra” son más reales que imaginarios, están en nuestro presente más que en nuestro pasado. Los Sin Sombra tienen nombre, apellido, poder, influencia y tranquilidad para seguir cometiendo delitos. Nuestra guerra, como la mala hierba, florece en todos los rincones del país. A diferencia de Chile y Perú, nuestro conflicto sigue vivo, nuestros Sin Sombra siguen por nuestras calles, casas, congresos y casas de Nariño. Nuestro arte de la memoria es puro realismo trágico.

Violeta es un cortometraje creativo, desgarrador y valiente. El final del corto nos deja con una pregunta melancólica y provocadora: ¿cuántos años y cuántas vidas se necesitarán para que actuemos? Gracias a quienes hicieron posible este video, especialmente a Laura Badillo y a Viviana Bohórquez sus principales gestoras, quienes siempre desde su sensibilidad, compromiso y conocimiento han buscado mejores mundos para las mujeres.

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Violeta - Cortometraje Animado


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